lunes, 6 de noviembre de 2023

La Mano, de Guy de Maupassant



Estaban en círculo en torno al señor Bermutier, juez de instrucción, que daba su

opinión sobre el misterioso suceso de Saint-Cloud. Desde hacía un mes, aquel

inexplicable crimen conmovía a París. Nadie entendía nada del asunto.

El señor Bermutier, de pie, de espaldas a la chimenea, hablaba, reunía las

pruebas, discutía las distintas opiniones, pero no llegaba a ninguna conclusión.

Varias mujeres se habían levantado para acercarse y permanecían de pie, con los

ojos clavados en la boca afeitada del magistrado, de donde salían las graves

palabras. Se estremecían, vibraban, crispadas por su miedo curioso, por la

ansiosa e insaciable necesidad de espanto que atormentaba su alma; las

torturaba como el hambre.

Una de ellas, más pálida que las demás, dijo durante un silencio:

-Es horrible. Esto roza lo sobrenatural. Nunca se sabrá nada.

El magistrado se dio la vuelta hacia ella:

-Sí, señora, es probable que no se sepa nunca nada. En cuanto a la palabra

sobrenatural que acaba de emplear, no tiene nada que ver con esto. Estamos

ante un crimen muy hábilmente concebido, muy hábilmente ejecutado, tan bien

envuelto en misterio que no podemos despejarlo de las circunstancias

impenetrables que lo rodean. Pero yo, antaño, tuve que encargarme de un suceso

en que verdaderamente parecía que había algo fantástico. Por lo demás, tuvimos

que abandonarlo, por falta de medios para esclarecerlo.

Varias mujeres dijeron a la vez, tan de prisa que sus voces no fueron sino una:

-¡Oh! Cuéntenoslo.

El señor Bermutier sonrió gravemente, como debe sonreír un juez de instrucción.

Prosiguió:

-Al menos, no vayan a creer que he podido, incluso un instante, suponer que

había algo sobrehumano en esta aventura. No creo sino en las causas naturales.

Pero sería mucho más adecuado si en vez de emplear la palabra sobrenatural

para expresar lo que no conocemos, utilizáramos simplemente la palabra

inexplicable. De todos modos, en el suceso que voy a contarles, fueron sobre

todo las circunstancias circundantes, las circunstancias preparatorias las que me

turbaron. En fin, éstos son los hechos:

«Entonces era juez de instrucción en Ajaccio, una pequeña ciudad blanca que se

extiende al borde de un maravilloso golfo rodeado por todas partes por altas

montañas.

«Los sucesos de los que me ocupaba eran sobre todo los de vendettas. Los hay

soberbios, dramáticos al extremo, feroces, heroicos. En ellos encontramos los

temas de venganza más bellos con que se pueda soñar, los odios seculares,

apaciguados un momento, nunca apagados, las astucias abominables, los

asesinatos convertidos en matanzas y casi en acciones gloriosas. Desde hacía

dos años no oía hablar más que del precio de la sangre, del terrible prejuicio

corso que obliga a vengar cualquier injuria en la propia carne de la persona que la

ha hecho, de sus descendientes y de sus allegados. Había visto degollar a

ancianos, a niños, a primos; tenía la cabeza llena de aquellas historias.

«Ahora bien, me enteré un día de que un inglés acababa de alquilar para varios

años un pequeño chalet en el fondo del golfo. Había traído con él a un criado

francés, a quien había contratado al pasar por Marsella.

«Pronto todo el mundo se interesó por aquel singular personaje, que vivía solo en

su casa y que no salía sino para cazar y pescar. No hablaba con nadie, no iba

nunca a la ciudad, y cada mañana se entrenaba durante una o dos horas en

disparar con la pistola y la carabina.

«Se crearon leyendas en torno a él. Se pretendió que era un alto personaje que

huía de su patria por motivos políticos; luego se afirmó que se escondía tras

haber cometido un espantoso crimen. Incluso se citaban circunstancias

particularmente horribles.

«Quise, en mi calidad de juez de instrucción, tener algunas informaciones sobre

aquel hombre; pero me fue imposible enterarme de nada. Se hacía llamar sir

John Rowell.

«Me contenté, pues, con vigilarlo de cerca; pero, en realidad, no me señalaban

nada sospechoso respecto a él.

«Sin embargo, al seguir, aumentar y generalizarse los rumores acerca de él,

decidí intentar ver por mí mismo al extranjero, y me puse a cazar con regularidad

en los alrededores de su dominio.

«Esperé durante mucho tiempo una oportunidad. Se presentó finalmente en

forma de una perdiz a la que disparé y maté delante de las narices del inglés. Mi

perro me la trajo; pero, cogiendo en seguida la caza, fui a excusarme por mi

inconveniencia y a rogar a sir John Rowell que aceptara el pájaro muerto.

«Era un hombre grande con el pelo rojo, la barba roja, muy alto, muy ancho, una

especie de Hércules plácido y cortés. No tenía nada de la rigidez llamada

británica, y me dio las gracias vivamente por mi delicadeza en un francés con un

acento de más allá de la Mancha. Al cabo de un mes habíamos charlado unas

cinco o seis veces.

«Finalmente una noche, cuando pasaba por su puerta, lo vi en el jardín, fumando

su pipa a horcajadas sobre una silla. Lo saludé y me invitó a entrar para tomar

una cerveza. No fue necesario que me lo repitiera.

«Me recibió con toda la meticulosa cortesía inglesa; habló con elogios de

Francia, de Córcega, y declaró que le gustaba mucho este país, y esta costa.

«Entonces, con grandes precauciones y como si fuera resultado de un interés

muy vivo, le hice unas preguntas sobre su vida y sus proyectos. Contestó sin

apuros y me contó que había viajado mucho por África, las Indias y América.

Añadió riéndose:

«-Tuve mochas avanturas, ¡oh! yes.

«Luego volví a hablar de caza y me dio los detalles más curiosos sobre la caza

del hipopótamo, del tigre, del elefante e incluso la del gorila. Dije:

«-Todos esos animales son temibles.

«Sonrió:

«-¡Oh, no! El más malo es el hombre.

«Se echó a reír abiertamente, con una risa franca de inglés gordo y contento:

«-He cazado mocho al hombre también.

«Después habló de armas y me invitó a entrar en su casa para enseñarme

escopetas con diferentes sistemas.

«Su salón estaba tapizado de negro, de seda negra bordada con oro. Grandes

flores amarillas corrían sobre la tela oscura, brillaban como el fuego. Dijo:

«-Eso ser un tela japonesa.

«Pero, en el centro del panel más amplio, una cosa extraña atrajo mi mirada.

Sobre un cuadrado de terciopelo rojo se destacaba un objeto rojo. Me acerqué:

era una mano, una mano de hombre. No una mano de esqueleto, blanca y limpia,

sino una mano negra reseca, con uñas amarillas, los músculos al descubierto y

rastros de sangre vieja, sangre semejante a roña, sobre los huesos cortados de

un golpe, como de un hachazo, hacia la mitad del antebrazo.

«Alrededor de la muñeca una enorme cadena de hierro, remachada, soldada a

aquel miembro desaseado, la sujetaba a la pared con una argolla bastante fuerte

como para llevar atado a un elefante. Pregunté:

«-¿Qué es esto?

«El inglés contestó tranquilamente:

«-Era mejor enemigo de mí. Era de América. Ello había sido cortado con el sable y

arrancado la piel con un piedra cortante, y secado al sol durante ocho días. ¡Aoh,

muy buena para mí, ésta.

«Toqué aquel despojo humano que debía de haber pertenecido a un coloso. Los

dedos, desmesuradamente largos, estaban atados por enormes tendones que

sujetaban tiras de piel a trozos. Era horroroso ver esa mano, despellejada de esa

manera; recordaba inevitablemente alguna venganza de salvaje. Dije:

«-Ese hombre debía de ser muy fuerte.

«El inglés dijo con dulzura:

«-Aoh yes; pero fui más fuerte que él. Yo había puesto ese cadena para sujetarle.

«Creí que bromeaba. Dije:

«-Ahora esta cadena es completamente inútil, la mano no se va a escapar.

«Sir John Rowell prosiguió con tono grave:

«-Ella siempre quería irse. Ese cadena era necesario.

«Con una ojeada rápida, escudriñé su rostro, preguntándome: “¿Estará loco o

será un bromista pesado?”

«Pero el rostro permanecía impenetrable, tranquilo y benévolo. Cambié de tema

de conversación y admiré las escopetas.

«Noté sin embargo que había tres revólveres cargados encima de unos muebles,

como si aquel hombre viviera con el temor constante de un ataque.

«Volví varias veces a su casa. Después dejé de visitarlo. La gente se había

acostumbrado a su presencia; ya no interesaba a nadie.

«Transcurrió un año entero; una mañana, hacia finales de noviembre, mi criado

me despertó anunciándome que Sir John Rowell había sido asesinado durante la

noche.

«Media hora más tarde entraba en casa del inglés con el comisario jefe y el

capitán de la gendarmería. El criado, enloquecido y desesperado, lloraba delante

de la puerta. Primero sospeché de ese hombre, pero era inocente.

«Nunca pudimos encontrar al culpable.

«Cuando entré en el salón de Sir John, al primer vistazo distinguí el cadáver

extendido boca arriba, en el centro del cuarto.

«El chaleco estaba desgarrado, colgaba una manga arrancada, todo indicaba que

había tenido lugar una lucha terrible.

«¡El inglés había muerto estrangulado! Su rostro negro e hinchado, pavoroso,

parecía expresar un espanto abominable; llevaba algo entre sus dientes

apretados; y su cuello, perforado con cinco agujeros que parecían haber sido

hechos con puntas de hierro, estaba cubierto de sangre.

«Un médico se unió a nosotros. Examinó durante mucho tiempo las huellas de

dedos en la carne y dijo estas extrañas palabras:

«-Parece que lo ha estrangulado un esqueleto.

«Un escalofrío me recorrió la espalda y eché una mirada hacia la pared, en el

lugar donde otrora había visto la horrible mano despellejada. Ya no estaba allí. La

cadena, quebrada, colgaba.

«Entonces me incliné hacia el muerto y encontré en su boca crispada uno de los

dedos de la desaparecida mano, cortada o más bien serrada por los dientes justo

en la segunda falange.

«Luego se procedió a las comprobaciones. No se descubrió nada. Ninguna

puerta había sido forzada, ninguna ventana, ningún mueble. Los dos perros de

guardia no se habían despertado.

«Ésta es, en pocas palabras, la declaración del criado:

«Desde hacía un mes su amo parecía estar agitado. Había recibido muchas

cartas, que había quemado a medida que iban llegando.

«A menudo, preso de una ira que parecía demencia, cogiendo una fusta, había

golpeado con furor aquella mano reseca, lacrada en la pared, y que había

desaparecido, no se sabe cómo, en la misma hora del crimen.

«Se acostaba muy tarde y se encerraba cuidadosamente. Siempre tenía armas al

alcance de la mano. A menudo, por la noche, hablaba en voz alta, como si

discutiera con alguien.

«Aquella noche daba la casualidad de que no había hecho ningún ruido, y hasta

que no fue a abrir las ventanas el criado no había encontrado a sir John

asesinado. No sospechaba de nadie.

«Comuniqué lo que sabía del muerto a los magistrados y a los funcionarios de la

fuerza pública, y se llevó a cabo en toda la isla una investigación minuciosa. No

se descubrió nada.

«Ahora bien, tres meses después del crimen, una noche, tuve una pesadilla

horrorosa. Me pareció que veía la mano, la horrible mano, correr como un

escorpión o como una araña a lo largo de mis cortinas y de mis paredes. Tres

veces me desperté, tres veces me volví a dormir, tres veces volví a ver el odioso

despojo galopando alrededor de mi habitación y moviendo los dedos como si

fueran patas.

«Al día siguiente me la trajeron; la habían encontrado en el cementerio, sobre la

tumba de sir John Rowell; lo habían enterrado allí, ya que no habían podido

descubrir a su familia. Faltaba el índice.

«Ésta es, señoras, mi historia. No sé nada más.»

Las mujeres, enloquecidas, estaban pálidas, temblaban. Una de ellas exclamó:

-¡Pero esto no es un desenlace, ni una explicación! No vamos a poder dormir si

no nos dice lo que según usted ocurrió.

El magistrado sonrió con severidad:

-¡Oh! Señoras, sin duda alguna, voy a estropear sus terribles sueños. Pienso

simplemente que el propietario legítimo de la mano no había muerto, que vino a

buscarla con la que le quedaba. Pero no he podido saber cómo lo hizo. Este caso

es una especie de vendetta.

Una de las mujeres murmuró:

-No, no debe de ser así.

Y el juez de instrucción, sin dejar de sonreír, concluyó:

-Ya les había dicho que mi explicación no les gustaría.

miércoles, 31 de marzo de 2021

Entre irse y quedarse

Entre irse y quedarse duda el día,

enamorado de su transparencia.


La tarde circular es ya bahía:

en su quieto vaivén se mece el mundo.


Todo es visible y todo es elusivo,

todo está cerca y todo es intocable.


Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz

reposan a la sombra de sus nombres.


Latir del tiempo que en mi sien repite

la misma terca sílaba de sangre.


La luz hace del muro indiferente

un espectral teatro de reflejos.


En el centro de un ojo me descubro;

no me mira, me miro en su mirada.


Se disipa el instante. Sin moverme,

yo me quedo y me voy: soy una pausa.

                                                       (Entre Irse y Quedarse, Octavio Paz)

jueves, 14 de septiembre de 2017

Deep Peace


Deep peace of the running wave to you
Deep peace of the flowing air to you
Deep peace of the quiet earth to you
Deep peace of the shining stars to you
Deep peace of the gentle night to you
Moon and stars pour their healing light on you
Deep peace of Christ the light of the world to you
Deep peace of Christ to you

Te deseo Tiempo

No te deseo un regalo cualquiera,
te deseo aquello que la mayoría no tiene,
te deseo tiempo, para reír y divertirte,
si lo usas adecuadamente podrás obtener de él lo que quieras.
Te deseo tiempo para tu quehacer y tu pensar
no sólo para ti mismo sino también para dedicárselo a los demás.
Te deseo tiempo no para apurarte y andar con prisas
sino para que siempre estés contenta/o.
Te deseo tiempo, no sólo para que transcurra,
sino para que te quede:
tiempo para asombrarte y tiempo para tener confianza
y no sólo para que lo veas en el reloj.
Te deseo tiempo para que toques las estrellas
y tiempo para crecer, para madurar. Para ser tu.
Te deseo tiempo, para tener esperanza otra vez y para amar,
no tiene sentido añorar.
Te deseo tiempo para que te encuentres contigo misma/o,
para vivir cada día, cada hora, cada minuto como un regalo.
También te deseo tiempo para perdonar y aceptar.
Te deseo de corazón que tengas tiempo,
tiempo para la vida y para tu vida.



Te deseo Tiempo - Poema de los Indios Americanos

sábado, 31 de mayo de 2014

no me conteis más cuentos

No me contéis más cuentos,
que vengo de muy lejos
y sé todos los cuentos.
No me contéis más cuentos.
Contad
y recontadme este sueño.
Romped,
rompedme los espejos.
Deshacedme los estanques,
los lazos,
los anillos,
los cercos,
las redes,
las trampas
y todos los caminos paralelos.
Que no quiero,
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero que me arrullen con cuentos,
Que no quiero,
Que no quiero,
Que no quiero,
Que no quiero que me sellen la boca y los ojos con cuentos,
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero que me entierren con cuentos,
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero,
que no quiero verme clavado en el tiempo,
que no quiero verme en el agua,
que no quiero verme en la tierra tampoco,
que no quiero, a su ovillo, como un hilo de barba sujeto.
Quiero verme en el viento,
quiero verme en el viento,
quiero verme en el viento,
quiero verme en el viento...
quiero... ¡quiero!... sueño... ¡sueño!
Soy gusano que sueña... y sueño
verme un día volando en el viento.
León Felipe

miércoles, 15 de enero de 2014

epitafio

Un pájaro vivía en mí.
Una flor viajaba en mi sangre.
Mi corazón era un violín. 
Quise o no quise. Pero a veces
me quisieron. También a mí
me alegraban: la primavera,
las manos juntas, lo feliz. 
¡Digo que el hombre debe serlo!
Aquí yace un pájaro.
Una flor.
Un violín.

                                                                                                             Juan Gelman para siempre!

sábado, 10 de agosto de 2013

Carpe Diem


No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
tú puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye.
«Emito mis alaridos por los techos de este mundo»,
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron,
de nuestros «poetas muertos»,
te ayudan a caminar por la vida.
La sociedad de hoy somos nosotros:
los «poetas vivos».
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas…
walt whitman